El Chupas.
28 abril 2006
Días atrás, y bajo un inclemente sol de primavera a medias, andaba por la colonia del Valle arreglando algunos asuntillos de poca monta acompañado por una banda bastante chacotera y conocedora de buenos lugares para comer en la ciudad.
Después de arreglados los asuntos que le concernían a mis acompañantes, y a eso de las 3 de la tarde, un hambre mortal nos apretó los estómagos. Alguien sugirió regresar a nuestro centro laboral y comer en la tortería que se ubica en el primer piso del edificio, que, por cierto, hacen unas tortugas buenísimas.
Alguien mas se atrevió a proponer Burger King, pero tuvo que callarse ante el abucheo generalizado del contingente.
De repente, desde el fondo del auto y con una voz cavernosa, oscura, tímida, tembeleque pero un poquito desafiante, alguien dijo: "...vamos a los Chupas".
Yo me quedé helado ante la idea de visitar los afamados tacos que, hasta ese día, solo vivían en mi mente como el vago recuerdo de alguna leyenda urbana prehistórica.
El resultado de la proposición causó un revuelo general: El conductor empezó a babear profusamente, su copilota dejó ver un ligero pero alarmante temblor en el labio inferior y un dilatamiento de pupilas apoplégico. El de la propuesta sonrió entre las sombras y sus colmillos maliciosos se asomaron entre hambrientos y sádicos. Yo solo atiné a preguntar que dónde estaban los chupas.
Así, bajo la gran sombra que proveé el puente de Churubusco en su cruce con Avenida Universidad y enmedio de una horda de oficinistas hambrientos, enfundados en trajes de suburbia, corbatas y trajesitos sastres de rayón, engullí cuatro deliciosos y abultados tacos de chupas con guacamole, cebollas acitronadas y limón.
Cada taco cuesta siete peso.
Después de arreglados los asuntos que le concernían a mis acompañantes, y a eso de las 3 de la tarde, un hambre mortal nos apretó los estómagos. Alguien sugirió regresar a nuestro centro laboral y comer en la tortería que se ubica en el primer piso del edificio, que, por cierto, hacen unas tortugas buenísimas.
Alguien mas se atrevió a proponer Burger King, pero tuvo que callarse ante el abucheo generalizado del contingente.
De repente, desde el fondo del auto y con una voz cavernosa, oscura, tímida, tembeleque pero un poquito desafiante, alguien dijo: "...vamos a los Chupas".
Yo me quedé helado ante la idea de visitar los afamados tacos que, hasta ese día, solo vivían en mi mente como el vago recuerdo de alguna leyenda urbana prehistórica.
El resultado de la proposición causó un revuelo general: El conductor empezó a babear profusamente, su copilota dejó ver un ligero pero alarmante temblor en el labio inferior y un dilatamiento de pupilas apoplégico. El de la propuesta sonrió entre las sombras y sus colmillos maliciosos se asomaron entre hambrientos y sádicos. Yo solo atiné a preguntar que dónde estaban los chupas.
Así, bajo la gran sombra que proveé el puente de Churubusco en su cruce con Avenida Universidad y enmedio de una horda de oficinistas hambrientos, enfundados en trajes de suburbia, corbatas y trajesitos sastres de rayón, engullí cuatro deliciosos y abultados tacos de chupas con guacamole, cebollas acitronadas y limón.
Cada taco cuesta siete peso.